Crezco, me caigo y me levanto cada cinco minutos,
me dicen
arriba cuando yo ya he levantado los brazos.
Me entrego, me inmolo y te lloro,
como si en esta batalla tú nunca pudieras salir herido.
Te odio,
te abrazo
y me
pierdo en la misma cama donde un día amé tu piel mientras destrozabas la mía.
Imagino tu piel en otros brazos, tus ojos brillando en otro
cuerpo
y las agujas del reloj que me gritan que hace demasiadas horas desde la
última vez,
acaban clavadas en mi pecho sin que el aire ni tus abrazos me
vengan a socorrer.
Imagino tus manos creando amor en otro cuerpo.
Te odio,
te
extraño
y me ahogo.
Te he visto en los ojos de todos los que me rodean,
he
escuchado tu voz entre las sábanas
y en este maldito domingo
no te he visto
volver.